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Writer's pictureMauricio Cardona

MARCO DE REFERENCIA PARA UNA ÉTICA DEL BIEN COMÚN 1

Updated: Jun 22, 2020

“Nunca dudes que un pequeño grupo de ciudadanos pensantes y comprometidos pueden cambiar el mundo. De hecho, son los únicos que lo han logrado.” - Margaret Mead




Uno de los principales criterios de actuación de un líder es su compromiso con el bien común. Este compromiso se refleja en una forma de actuación en donde el líder es ante todo un constructor de relaciones que ayudan a crear consciencia con nuestro yo más profundo, a crear tejido social, y a crear consciencia de nuestra conexión con todo lo que es la vida. Con ello un líder se instala en una consciencia del bien común de la cual emana una ética de servicio al todo.

Esta época, especialmente este momento llamado de crisis, está llena de retos y oportunidades para que como líderes, aprendamos a vivir en sintonía con el bien común. Es el llamado a “la restauración de nuestra humanidad” como nos dice Neal Donald Walsh en La tormenta antes de la calma. Para ello se requiere que primero enfoquemos nuestra atención sobre nuestro cultivo personal interior, trabajándonos en varios frentes.


Estaremos viviendo una ética del bien común, práctica y real, caracterizada por relaciones pacíficas, y por un cuidado responsable de los bienes públicos y privados que se nos han dado para administrar, cuando estemos interiormente integrados, en paz, habiéndonos aproximado a nuestra verdadera identidad, y estando integrados y en paz con el ecosistema, configurándose una vida en donde vivir en coherencia con la energía creadora del universo, el amor, es nuestro propósito más elevado. Es evolucionar desde un pensamiento y unas prácticas centradas en el interés particular, en el miedo y el ego, a un pensamiento y unas prácticas centradas en ecosistemas que sintonicen con la inteligencia de la vida y del universo.


Necesitamos recordar quienes somos y cuál es nuestra identidad, y a partir de allí recuperar los valores de la pertenencia y la ubicación. En mucho esto se nos ha ido olvidando con el paso de los años en una cultura en donde valoramos exageradamente la atención a todo lo externo. Si bien somos unos seres que queremos encontrar sentido a la existencia, nuestra búsqueda se centrado en la exploración externa del mundo, y en ese proceso se nos han desdibujado la consciencia de especie, la consciencia de ecosistemas y la consciencia del macrosistema planetario en que habitamos, las cuales, en una perspectiva integral, macro sistémica y ecosistémica, se tornan en valores claves que guían la formación de una ética generativa de consciencia integral.


Recordemos que todo está relacionado con todo, como nos instruye la ecología integral, formando una amplia y compleja unidad, a manera de un gran organismo vivo. Así, comprendemos mejor que el daño climático antrópicamente inducido, que estamos experimentando desde hace un tiempo, es el efecto nocivo más visible de este sinsentido, tornándose quizás en el desafío más grande que la humanidad tiene hoy en su agenda de desarrollo. Es el propósito superior común que la población terrestre debe considerar seriamente si queremos que la vida sea el don del amor al que todos tengamos derecho y disfrutemos por igual.


En nuestra ceguera cultural, hemos olvidado reconocernos como seres vivos. El valor de la vida en sí mismo se ha debilitado, y por eso no la cuidamos. Muchísimos congéneres desconocen todo lo que implica ser un ser vivo, o sea, lo que implica la vida misma, de la cual somos hijos, y en la cual somos nosotros mismos una unidad con todo lo demás.

En mucho hemos olvidado la sabiduría que portan las comunidades ancestrales en donde se sabe vivir en verdadera comunión con la naturaleza; somos uno con la Tierra, uno con la vida. Podemos y debemos volver a la democracia de la Tierra y de la vida como pretenden movimientos “Green new deal” y “Extinction rebellion“).

Una gran mayoría de nosotros provenimos de una sociedad descuidada y de una cultura “desinformada” (con una profunda desinformación sobre nosotros mismos). Parece que sabemos mucho de muchas cosas del mundo externo pero sabemos muy poco de nosotros mismos. Con el mundo de los objetos nos relacionamos fácilmente y hemos vuelto objeto todo con lo que nos relacionamos, incluyéndonos a nosotros mismos; ¿pero y el sujeto de la observación del mundo de los objetos, o sea nosotros como dadores de significado y sentido? Poco nos importa eso en la dinámica del olvido colectivo. Podemos volver a pensar en la búsqueda de sentido que, como nos recordaban Viktor Frankl (con muchos otros), subyace en lo más profundo de nuestra interioridad. Ahí tenemos un territorio por recorrer para el cual nuestro mapa de viaje está borroso en esa parte.


Como nos instruye Mathieu Ricard, si nosotros aprendemos a integrar y reconciliar, en el horizonte de tiempo en el que solemos vivir, las dimensiones de corto, mediano y largo plazo, habremos avanzado mucho en el proceso de expansión de nuestra consciencia. En el corto plazo, que rige cada vez más nuestras economías, solemos ocuparnos más de satisfacer los intereses particulares y necesidades materiales. En el mediano plazo, que concierne más a la calidad de vida de los seres humanos nos ocupamos del bienestar de las personas, en tanto que en el largo plazo, que tiene que ver con nuestra conexión con el entorno social y natural mayor, con la vida, solemos ocuparnos ya del bien común y del cuidado del ecosistema (el cual naturalmente posee una gran tendencia al autocuidado y a la autorregulación; es autopoiético). En general, nuestro sistema sobrevive en el cortoplacismo.


Parece ser que nuestro gran reto es trascender este tipo de horizonte o mentalidad cortoplacista, que suele correlacionar con una mentalidad egoica, y del no cuidado de todo lo demás. Recordemos aquí a Otto Scharmer cuando nos dice que la historia de la economía es una proyección de la evolución de nuestra consciencia. La visión dualista fragmentada pierde cada vez aceptación en tanto que nuestro espíritu, que anhela vivir en plenitud, siente contento del corazón con una incursión experiencial en el no-dualismo o la visión unitiva de la realidad. Esta parece ser la base de la paz interior requerida para la paz relacional en todos los órdenes.


Recordando quienes somos valoraremos más la vida, entenderemos nuestro parentesco con la familia de todas las formas de vida y entenderemos que las cosas del mundo natural son partes de nuestra propia identidad y existencia. Con esta comprensión bien sembrada en nuestro interior los seres humanos podremos acercarnos más a una consciencia en la cual nos relacionaremos con los elementos del mundo natural y social, incluyendo los bienes comunes, con una ética del cuidado y del respeto. En una próxima entrega avanzaremos más sobre otros frentes de nuestro trabajo interior.

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