“Tenemos dentro y alrededor de nosotros todo lo necesario para crear un florecimiento sin precedentes de la humanidad y la naturaleza. Nuestro deber es tomar las riendas del desarrollo de nuestra propia mentalidad, permitir que otros también lo hagan y luego poner todo nuestro ser para crear el futuro que queremos”.
Barrett C. Brown
“Más que para pedirte dinero, el mendigo te tiende la mano para sacarte de tu indiferencia”.
Anónimo
La realidad del potencial que somos
Los seres humanos nacemos con la posibilidad de que nuestras vidas lleguen a niveles altos de realización personal, de autotrascendencia, y de plenitud. Nacemos con dicha potencialidad y posibilidad[1], y diversas circunstancias de crianza, experiencias, coyunturas, y contingencias del entorno en el cual nos hemos movido, moldean las posibilidades que realmente tenemos. Los factores sociales y culturales en los cuales vivimos nos moldean en gran medida, pero en nosotros reside un gran impulso evolutivo que nos llama al desarrollo continuo y a la ampliación de nuestro campo de consciencia. Ese impulso, que es como una energía viva y latente que vibra por manifestarse en la consciencia, siempre puede encontrar condiciones tanto adversas como adecuadas para que se manifieste, para que se potencie, y para que se vuelva visible en un proceso de maduración personal también llamado genéricamente “desarrollo humano o crecimiento personal”[2]. Todo ese conjunto de condiciones y características interiores que se manifiestan como impulso, potencialidad, posibilidad y energía, constituyen un elemento sustancial de nuestro poder personal (o poder auténtico según Gary Zukav[3]) que se refiere a cierta dinámica, condición y atributo de lo que solemos denominar nuestra “vida interior”. Según este autor, el poder auténtico se manifiesta “cuando los intereses de la personalidad se han situado en línea con [nuestra] alma”… “poder es energía formada por las intenciones del alma. No es otra cosa que la luz a la que han dado forma las intenciones del amor y la compasión, guiadas por la sabiduría”.
Pudiera decirse que el poder auténtico es una “activo” que como potencial reside en nuestro “interior”[4], y cuya manifestación no depende exclusivamente de las condiciones externas, o de nuestra experiencia del entorno, sino que más bien depende en mucho de nuestra disponibilidad y apertura, de nuestra “activación interior” basada en nuestra consciencia y en el ejercicio desprendido de nuestra libertad. Nos referimos a nuestro cultivo interior el cual es una tarea indelegable, que nadie puede hacer por nosotros, y ni siquiera para nosotros, con algún éxito; es un proceso que de nuestra parte implica que hayamos llegado a la convicción de que por consentimiento interior y personal, nos abrimos a la experiencia de hacernos cargo de nuestro propio cultivo y nos responsabilizamos de nuestra vida. En esta aceptación, otra persona nos puede servir mucho de escucha y de espejo de tal manera que refleje nuestros insights o las epifanías que pueden emerger desde “adentro”.
En el marco de esta línea de pensamiento, y por los consiguientes hallazgos que hemos hecho como resultado de años de juiciosas observaciones por muchos pensadores e investigadores, nos estamos ubicando delante de una conexión que cada vez nos resulta más clara, la conexión que hay entre liderazgo basado en el poder interior y el autodesarrollo, en última instancia con el autoliderazgo. El autodesarrollo entendido entonces como el cultivo de nuestra interioridad, para poder acceder al auténtico poder (base del liderazgo), es una apertura de mente, corazón y voluntad[5] que nos ubica en plena disponibilidad para un despertar entendido como un movimiento de conscienciación en el cual nos podemos dar cuenta que somos potencialidad pura, que en libertad podemos asumir la posibilidad de ser lo que estamos llamados a ser, que nuestra personalidad puede llegar a estar en plena sintonía con las intenciones de nuestra alma, que en nosotros reside la potencialidad de nuestra plenitud humana, y que inclusive, como en forma hermosa nos enseña Jeff Foster[6], somos ya esa misma plenitud, dado que somos seres en quienes reside la condición de completos (completitud) pero que no nos hemos dado cuenta. En suma, nos damos cuenta de que nuestra carencia fundamental y nuestra falta existencial, reside en un estado de consciencia en el cual claudicamos y cedemos nuestro poder interior a fuerzas externas volviéndonos, a su vez, el mismo poder externo (bajo cuya tiranía creemos que hay que ir al mundo a poseer, tomar y retener “recursos” externos para sentirnos personas humanas). Es el poder externo, fuente del anti-liderazgo del que ya hemos hablado mucho en artículos anteriores en este blog.
La apertura de la que estamos hablando como disposición y disponibilidad no es garantía de que ocurra en nosotros este despertar; éste no depende enteramente de nosotros, y si ocurre no es enteramente mérito de uno. En humildad, característica fundamental del autoliderazgo, debemos siempre recordar que “solos no podemos”, que el autodesarrollo no es mérito de uno, que somos esencialmente vulnerables y que constantemente nos acecha el peligro del poder externo como gran adversario y enemigo; es una condición en la cual ignoramos, o mejor, no comprendemos ni sentimos, que somos habitados por el espíritu, la fuente de todo cuanto ha cobrado existencia (viva real) con todo su potencial transformador. Espíritu que en nuestras vidas aparece siempre como una energía de creación o de creatividad constante, es decir, como amor. Ese amor que nos ablanda y nos permite reconocer que nos vamos haciendo personas en el moldeo continuo que se produce en la relacionalidad natural que somos, o en la interacción constante con todo lo demás. Es una conexión celeste-terrestre que nos recrea continuamente. Esto es autodesarrollo finalmente; apertura y disponibilidad a ser creado constantemente en nuestras relaciones con todo lo demás, en un proceso de ampliación de nuestra consciencia, en el cual, por la energía del amor vemos (se nos va mostrando) lo que somos y lo que estamos llamados a ser. Sin apertura a este proceso no hay autoliderazgo (base para el auténtico liderazgo).
Un cultivo interior hacia el autoliderazgo como desarrollo humano, que desconozca esta realidad de nuestras vidas, se quedará en mitad de camino atascado en el plano de una visión material y antropocéntrica, camino que ya ha ensayado la sociedad humana con un muy modesto resultado si es que ha producido alguno. Si de verdad queremos ser plenamente humanos, personas que nos entregamos al poder del cultivo interior, para acceder al recurso de nuestro poder auténtico, en un ejercicio de humildad característico del líder necesario para el siglo 21[7], tendremos que aprender a descentrarnos, a dejar la forma de consciencia dominada por el ego, y a permitir que en nosotros opere libremente la fuerza del espíritu, o la fuerza de la sana intención, es decir, tenemos que pasar de una consciencia egocéntrica (centrada en nosotros mismos), a una consciencia neumatocéntrica[8], o al reconocimiento de que el centro no somos nosotros mismos (habiendo pasado por una consciencia ecocéntrica como paso intermedio). Sin el neuma, el ruah (hálito, espíritu) no nos daremos cuenta de nuestra completitud. En la no comprensión de esta realidad reside el origen de la actual crisis sistémica planetaria. Esta ha sido producto de una consciencia que nos ha mantenido viviendo en una especie de ilusión (el factor maya o glamour que develaron algunos pensadores de las escuelas herméticas asociados con movimientos espiritistas u ocultistas)[9], más bien entendida la ilusión como un estar dormidos dentro de una cultura dominada por el pensamiento mítico. En el actual momento de la humanidad, quizás por causa de la actual crisis, estamos experimentando un despertar que es interpretado como la emergencia de una nueva humanidad, un nuevo hombre, dentro del proceso de una “nueva creación”.
Dentro de este sucinto marco de referencia anterior, debemos comentar además que hoy en día, en teoría de organizaciones, está emergiendo un paradigma en el cual va quedando más claro que el asunto del desarrollo humano es un asunto que, si bien compete a las organizaciones, pues en el desarrollo de las personas las organizaciones se juegan su éxito (las organizaciones son personas), y que es ante todo un asunto que compete en primera instancia a las personas mismas. El desarrollo personal es un problema íntimo, personal e indelegable. Realmente nadie desarrolla a nadie, a duras penas uno a sí mismo. Lo que debemos procurar en la organizaciones es que las personas aprendan a cuidarse y a asumirse a sí mismas. El autocuidado basado en la auto-reflexión, en el auto-aprendizaje y en la auto-consciencia, es la clave para el autodesarrollo y el liderazgo personal e institucional. Como nos explican Ryan y Robert Quinn en su bello libro Lift[10], el liderazgo consiste en llegar a estar elevados hacia el estado fundamental en donde en una consciencia ampliada estamos conectados con, y centrados en, un elevado propósito en el que vamos viviendo en unidad con el todo. Creo que los seres humanos somos unos grandes desconocidos por nosotros mismos, y esta aberración óptica continúa produciendo oscuridad, confusión y comportamientos extraños y erráticos. Para ello también es vital que las personas nos sumerjamos dentro de procesos de auto-conocimiento, y en ese campo las organizaciones pueden hacer mucho más. Las organizaciones deben trabajar mucho todavía para que lleguen a ser unos nichos de energía amorosa, a manera de enriquecidos entornos (medios) nutrientes que estimulen el desarrollo personal, en el entendido de que de ello depende su efectividad y sostenibilidad.
Y entonces, el ejercicio del liderazgo relacional en posiciones de dirección, en organizaciones, por ejemplo, va consistiendo en eso, en convertirnos en parte de este medio ambiente nutriente en donde el líder ofrece su vida entera como alimento para los demás; no es quien desarrolla a otros ahí fuera, sino quien se ofrenda en entrega y servicio para el desarrollo del sistema entero (la riqueza nutriente de la organización entera).
A expandir un poco más estas ideas dedicaremos el próximo artículo de este blog.
[1] Varios autores explican la idea de que somos pura posibilidad y potencialidad, como lo hace Deepak Chopra en su clásico texto Las siete leyes espirituales del éxito. [2] Para una discusión amplia sobre el tema ver el libro de Ramiro Restrepo G. De Hominis, Claves para el desarrollo humano, recientemente publicado. Ed. Icontec, 2021. [3] Zukav, Gary, El asiento del alma, Ediciones Obelisco, 2008 [4] Como unidad que somos, dentro del continuo persona-humanidad-vida-cosmos, la distinción entre lo interior y lo exterior se va difuminando dentro de una sola y única realidad. [5] Una valiosa ampliación de lo que significan estas aperturas se encuentra en la obra de Otto Scharmer, especialmente en Teoría U, Editorial Eleftheria, 2009. [6] Foster, Jeff, La más profunda aceptación, Editorial Sirio, 2102. [7] Ver otros artículos anteriores de Mauricio Cardona en el blog Liderazgo y Cultura. [8] Ideas y expresiones que me han resultado muy reveladoras y que han sido ofrecidas por el P. Mario Franco E. S.J. [9] Bailey, Alice A., Espejismo (Glamour), Editorial Kier, Buenos Aires, 1961. [10] Quinn, Ryan W. & Quinn Robert E, Lift, BK Publishers, 2015.
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