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Writer's pictureMauricio Cardona

VISIÓN INTEGRAL Y TRASCENDENTE DEL LIDER DEL SIGLO 21 - 2



La energía del amor

“Algún día, cuando hayamos controlado los vientos, las olas, las mareas y la gravedad, tendremos que dominar para Dios las energías del amor. Entonces, por segunda vez en la historia de la humanidad, el hombre habrá descubierto el fuego”.

Pierre Teilhard de Chardin

(1881-1955)


El valor de la vida está en crisis en este momento de nuestra evolución. Y detengámonos antes, sobre lo que puede significar “momento”, en el contexto de los tiempos de la evolución natural; desde ahí, debemos entender por “momento” una gran cantidad de años, por ejemplo decenios y hasta unos pocos cuantos siglos recientes. Esto obedece a la misma lógica que utilizamos con los conceptos de “corto, mediano y largo plazo”. En los tiempos en los que transcurre normalmente la evolución, “corto plazo” no significa cinco años, sino un período de tiempo mayor, como por ejemplo, una o dos generaciones.

Esta claridad vale la pena tenerla en cuenta cuando hablamos de cambios de paradigma, y cuando tratamos de comprender, con esperanza, las transformaciones que se dan en la cultura, así como aquellas por las que, muchas veces, comprometemos nuestra vida. Cuando estamos hablando de la “Restauración de la Humanidad”[1], en el macro cambio planetario que se está dando en la última generación, o de los resultados que queremos ver como producto de nuestros esfuerzos de transformación y cambio, no podemos perder de vista que la mayoría de las veces los resultados no son apreciables en el corto lapso de tiempo de una vida humana.

Desear ver los resultados inmediatos de dichos esfuerzos, o no saber apreciar los cambios que se están produciendo en la evolución hasta el punto de perder la fe en ellos, dado el marco de tiempo que nosotros solemos usar, es muy poco realista, y la mayoría de las veces arbitrario, porque demuestra nuestra incomprensión acerca de cómo funcionan los procesos propios de la dinámica de los sistemas vivos, así como porque solemos querer resultados pronto y en nuestros términos, lo cual es propio del ego o del poder externo.

Para que podamos ver transformaciones en la cultura, se requiere que levantemos la mirada y, en términos de tiempo, otear el horizonte pasado y futuro, y darnos cuenta de lo que ha venido ocurriendo en la evolución cultural del hombre, y de lo que podrá ocurrir muy pronto, si no comprendemos bien esos procesos. Pero, como ya habíamos señalado antes en otro escrito, nuestro inmediatismo y cortoplacismo, productos de una mente egoica, nos lleva usualmente a una posición cínica y escéptica que termina en la incredulidad, y desde allí, al aprovechamiento egocéntrico de forzar los hechos para nuestra propia conveniencia o satisfacción inmediata. Cuando forzamos los hechos para que se ajusten a nuestra arbitrariedad, solemos responder poniéndonos metas cortas y fáciles de alcanzar que a manera de círculo vicioso solo nos permiten hacer “más de lo mismo”. El gran artista renacentista italiano, Miguel Ángel Buonarroti dijo alguna vez que “El mayor peligro para la mayoría de nosotros no es que nuestra meta sea demasiado alta y no la alcancemos, sino que sea demasiado baja y la consigamos.”[2]

Nada de lo anterior niega reconocer que en el momento presente, en el cortísimo plazo, la humanidad esté padeciendo una gran crisis, la cual puede mirarse como que es autoinfligida como resultado de nuestras decisiones y de nuestra cortedad de miras. Por ella, seguramente padeceremos bastante, pero también es probable que aprendamos bastante; y en este aprendizaje, nuestra consciencia continuará su viaje evolutivo impulsada tanto desde dentro, como desde factores “externos” tal como la revolución tecnológica que probablemente impulsará una disrupción en la forma como vivimos y como nos relacionamos. Es altamente probable que la especie humana no se extinga y que, a pesar de las crisis, y de inimaginables formas que adopte, siga evolucionando hacia niveles mayores de complejidad y consciencia. Este viaje de nuestro linaje homínido ya lleva casi cuatro millones de años.

Nuestra general mentalidad estrecha y cortoplacista actual se evidencia en el escaso valor que tiene para nosotros la vida. Pero valorar la vida es rasgo que es esencial para el liderazgo de cara al inmediato y mediato futuro. Un auténtico líder por su poder interior, y en su comprensión amplia de lo que constituye el continuo proceso creativo de la vida, se erige como un defensor de la vida y como adalid de la construcción social que contribuya a la cocreación de vida. Un auténtico líder asume con visión amplia, reverencia y responsabilidad, su papel cocreador en el mundo.

Uno de los fundamentos de la gran crisis de nuestro tiempo es que llegamos a perder de vista el valor de la vida. Esto refleja una honda crisis espiritual y ética, de naturaleza axiológica. Es una crisis que para nuestro sistema de vida y para nuestra cultura representa un “gran olvido”. Se nos olvidó lo que somos, de dónde venimos, dónde estamos y para dónde vamos, y en medio de este gran olvido hemos llegado a estar actuando como autómatas, y reproductores dormidos, e irreflexivos, de un sistema de valores que no edifican más vida, sino que por el contrario la destruyen con un materialismo y un consumismo irreflexivo.

Eliminamos fácilmente cualquier forma de vida, entre ellas la humana, porque consideramos que la vida es simple materia desprovista de cualquier otra propiedad trascendente, de una dignidad inherente; el principio básico de la sabiduría, no matar, se nos olvidó. Igual, consideramos a cualquier ser vivo como una simple “cosa” desconectada y separada de nosotros. Nos consideramos cosas aisladas y separadas, sin darnos cuenta de que en ese nivel de consciencia, cada vez más nos vamos fragmentando a nosotros mismos y nos vamos paulatinamente desintonizando con la vida. Así, en el decir del P. Hernando Uribe OCD, “nos consideramos cosa entre las cosas”. Con esta visión de cosa, y de parte aislada, nos olvidamos de apreciar el todo al que pertenecemos, nos olvidamos de apreciar la vida interior, y nos olvidamos de nuestra conexión con la fuente creadora del cosmos o el impulso creativo que anima al universo, el espíritu mismo que alienta nuestra vida. Hemos llegado a tal punto, que como magistralmente se menciona en el reciente documental sobre las redes sociales[3] hoy en día “vale más un árbol muerto que vivo y vale más una ballena muerta que viva”, todo a causa del valor único que damos a las cosas materiales, y que en términos de precio se encarecen y valoran más cuando son escasas. Dentro de esa lógica, que es la corriente en nuestro sistema cultural, llegar a valorar la vida, que pulula en demasía, será muy difícil (a menos que cambiemos el actual sistema).

Así, en este estado general de desvalorización acerca de lo que es verdaderamente importante, eliminamos fácilmente la vida por fines ideológicos, económicos, políticos etc., es decir por nuestra propia pequeñez, una pequeñez que se refugia en el poder externo movido por el egoísmo, en la creencia sostenida por muchos, de que desde ahí se recupera la valía personal, y desde ahí, ejercemos ese poder externo sobre la vida evidenciado en nuestro afán de figuración, dominación, apropiación y control. Se nos dificulta enormemente llegar a pensarnos y sentirnos como criaturas en armonía con toda la vida y con el cosmos entero, conectados con la Fuente de donde emana todo.

Hemos llegado a este estado de ceguera colectiva como resultado de la dinámica seguida por la cultura humana en el reciente período histórico que solemos llamar modernidad. Y si bien se podría argumentar que esa desvalorización de la vida, y esa insensibilidad general, ocurre por falta de una educación realmente formadora de consciencias, habría que preguntarnos por qué hemos negado a miles de millones de seres humanos el acceso a una formación personal que le permita a las personas una conexión con su verdadera esencia, es, de nuevo, la ceguera del paradigma imperante hasta ahora que no ve la urgente necesidad de estructurar una educación integradora y expansora de la consciencia. Sobre todo una educación que nos ayude a formarnos en el arte de pensar, y en el arte de ejercer un pensamiento crítico, el cual suele estar asociado con las grandes mejoras en la calidad de vida humana. Por ello en el nuevo paradigma, que avanza desde la periferia hacia el centro, va permitiendo a la humanidad reencontrarse con su estructura fundamental (si bien cientos de autores han trabajado el tema, debemos recordar acá a Edith Stein, en La estructura de la persona humana).[4]

En el emergente nuevo paradigma, la vida como valor empieza a ser recordada, en parte gracias a los valiosos hallazgos de la ciencia, principalmente las ciencias de la vida entre ellas la ecología profunda, y gracias también a la cosmología y la metafísica contemporánea. Desde luego, para un ojo atento, no hay que hacer mucho esfuerzo para darnos cuenta de que la humanidad iba en rumbo de colisión contra la Tierra, y que un nuevo espíritu empieza a erigirse en los círculos más periféricos de las comunidades humanas. Con el nuevo paradigma, la humanidad entra en un período de despertar en donde nos llega el Gran Recuerdo sobre quiénes somos y cuál es nuestro papel en el concierto de la vida. Recordar es un vocablo que proviene del latín "recordari", formado de re (de nuevo) y cordis (corazón). Recordar quiere decir mucho más que tener a alguien presente en la memoria. Significa "volver a pasar por el corazón"[5] De esta fuente provienen otros vocablos como acordar, cordura, cordialidad, etc. que describen bien nuestro desafío. Igual recordar puede asociarse con encordar, en el mismo sentido. La humanidad está volviendo a traer la vida al corazón (a lo que es, recordándola) y está volviendo a encordar lo perdido y desparramado en fragmentos, formando, en este recuerdo, unidad con la vida.

Formación de líderes para el siglo 21 es un proceso de recordación, que implica asumir nuestra natural condición humana y vivir en concordancia con ella. Al hacerlo, los liderazgos necesarios para este siglo, serán cada vez más colectivos, alejándonos del modelo actual de liderazgo unipersonal (o individual). Por ello nos preguntábamos, en artículos anteriores, si a este nuevo estado llegaremos encerrados dentro del lenguaje clásico de la administración de empresas. Formar líderes supone una cosa distinta a la que hasta ahora hemos conocido. Sobre esta línea temática continuaremos hablando pronto.

[1] Neal Donald Walsch, La tormenta antes de la calma, Ediciones Grijalbo, 2011, p.17 [2] Citado en La sabiduría de todos los tiempos, Wayne W Dyer, Ed. Debolsillo, 1999, p.82 [3] El dilema de las redes sociales, documental visible en Netflix [4] Edith Stein, La estructura de la persona humana, BAC, 1998. [5] Diccionario RAE, Ed. Espasa, 2009, p.1917

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