Una inquietud que muchas personas albergan sobre el fenómeno del liderazgo es si un líder se hace, o se nace para ser líder, como si esta opción fuera el producto de una dotación biológica y por consiguiente de la herencia genética. Discusiones extensas se sostienen en uno u otro sentido, reflejándose en ellas creencias sobre el liderazgo largamente sostenidas en la cultura. “Desde niño se le veían los dotes de liderazgo” se sostiene, cuando se refieren a que un determinado niño era quien organizaba a los amiguitos, los mandaba, les imponía sus condiciones y persistentemente lograba resultados a cualquier costo. Es claro que desde un lugar de consciencia en el que se analiza el comportamiento de alguien así, concluyendo que eso es liderazgo, surja la tentación de decir que nació con dotes de líder. Como con muchísimos otros rasgos de nuestro comportamiento se sabe bien hoy en día que la herencia biológica juega un papel preponderante. Pero la conclusión a las que vamos llegando, analizando seriamente las vidas de muchas personas reconocidas como auténticos líderes, es que a ser líder se aprende en el proceso de hacerse persona, en la vivencia de un relacionamiento adecuado. Con esto no creo que haya problema. Este surge cuando avalamos esos rasgos de nuestra conducta como los propios de un líder; y lo que es más inquietante, los estimulamos y procuramos. En artículos anteriores nos hemos referido al hecho de que comportamientos así los llamamos hoy en día poder externo y no son los rasgos que caracterizan a un verdadero líder. En el paradigma emergente hoy en día, el liderazgo, y los rasgos de un líder, son los que caracterizan a una persona que potencia su poder personal interior, también referido como poder auténtico.
Sabemos bien hoy en día, que el uso del poder externo es una compensación que se desarrolla ante la carencia de poder interior auténtico, dada la necesidad humana de sentirnos valiosos, de sentir que somos “alguien” y de sentir que pertenecemos. Por ello cuando en el proceso de crecimiento no se va formando un yo maduro, con un claro y sano sentido de identidad, autenticidad y autonomía, nos va quedando esa carencia que suele compensarse con un reclamo inconsciente por la aceptación de los demás y por probar que uno es capaz, pertenece, y logra la atención de los demás. En un yo no maduro es un proceso finalmente de autoengaño. El hecho es que cuando en la sociedad existe la creencia que ese tipo de comportamiento está revelando la emergencia de un líder, se estimula, se valida, se refuerza y se recompensa con variadas formas de notoriedad y hasta de prestigio. “Nació para ser líder, siempre lo ha sido”, se suele sostener. Sobre las características del poder externo y su reconocido uso social, en algo que denominaríamos anti-liderazgo, podríamos hablar extensamente y en un futuro escrito lo trataremos con más detalle.
Por ahora bástenos recordar que el auténtico liderazgo se basa en el uso del poder personal interior, o poder auténtico. Y, como ya hemos aclarado anteriormente, es un poder que refleja nuestra armonía interior, nuestra vivencia del amor, nuestra sintonización con el cosmos, nuestra reverencia por la vida, nuestra propensión a la cocreación armónica, nuestra claridad, nuestra capacidad de cooperación, nuestro compartir, nuestra humildad, y nuestra capacidad de perdonar.
Igual, es importante recordar que ese tipo de rasgos caracterizan a muchísimas personas, ocupen o no cargos de dirección o jefatura en organizaciones e instituciones, y por eso hoy en día en teoría de liderazgo se sostiene claramente que la condición de líder la puede desarrollar cualquier persona, y que hay muchísimas personas en organizaciones que son líderes y no tienen roles con responsabilidad de dirección, así como que en organizaciones vemos muchas personas en cargos de dirección y jefatura que no ejercen liderazgo y no deben ser llamados líderes.
Otra variable que hay que tener en consideración en este complejo asunto de la formación para el liderazgo es el de los orígenes profesionales de quienes ocupan cargos de dirección. No todo el mundo que llega a dichas posiciones ha tenido formación para el liderazgo, o para el cultivo del poder interior, y no son muchos quienes han pasado por escuelas de administración. Esto todavía es un avance por hacer en la sociedad planetaria. Así como también, podemos reconocer que las escuelas de administración, en la formación de administradores y dirigentes, han evidenciado tener currículos muy centrados en modelos de negocios con un entrenamiento fuerte en lenguajes clásicos gerenciales, como producción, mercadeo, finanzas, organización, control, informática, por poner unos pocos ejemplos; en ello, siguiendo muy claramente el paradigma imperante en la cultura planetaria existente, se denota todavía la ausencia de otros lenguajes y enfoques que no reflejen los “monocultivos de la mente” (como lo denomina Vandana Shiva) actuales, y permitan la incursión en visiones más holísticas, integrales y ecosistémicas de la realidad.
Si a este hecho le sumamos la constatación a la que hemos llegado, sobre el impacto que hasta hoy en día han tenido los directivos, en general la dirigencia, en la configuración de una organización, incluyendo la vida de quienes constituyen la misma, sobre su marcha, y sobre sus efectos en el entorno en el cual opera, creemos que poner mucha atención sobre la forma como hoy se ejerce la dirección interesa mucho. Sin un adecuado uso del poder personal interior, verdadero liderazgo, este impacto negativo muy grande, ecosistémicamente hablando. Y si adicionalmente tenemos en cuenta el adecuado uso del poder personal interior, en el verdadero liderazgo, en las relaciones interpersonales de las personas que constituyen las organizaciones, encontramos en las investigaciones que el modo de relacionamiento que se establece constituye la cultura organizacional. Así que, un relacionamiento consecuente con el liderazgo auténtico es clave en las organizaciones. El asunto es que todavía el poder no auténtico, o poder externo, prima mucho en el mundo, y el poder auténtico en personas que no ocupan cargos de dirección, está muy subvalorado aun, creándose así ambientes hostiles, organizaciones enfermas, en donde prima el poder externo.
Por todo lo anterior formarnos adecuadamente para el liderazgo es un gran desafío contemporáneo y una necesidad que para la sociedad es casi que de vida o muerte. Necesitamos dirigentes muy sensibles y con una fuerte preparación integral. Debemos pensar en cómo formar buenos administradores, buenos dirigentes, seres humanos integrales, en suma, líderes de un nuevo tipo. Tal fenómeno ya está ocurriendo en el mundo y es una cuestión de tiempo frente al daño ecosistémico en que se ha incurrido con la vieja forma de entender el liderazgo y el papel de un líder. Hoy en día hay un creciente acuerdo en que un rasgo de un buen dirigente líder es el de tener la capacidad de establecer amplias conexiones, y adecuadas alineaciones, entre el fenómeno de la vida, propio de los grandes sistemas naturales, con las acciones y decisiones humanas que se toman en el mundo de las organizaciones, dado el hecho de que para bien o para mal éstas afectan el mundo externo. ¿Se podrá formar un buen dirigente, creador de ambientes sanos en los que se formulen buenas decisiones en organizaciones, con miradas amplias no hiper-especializadas, y que alcancen a percibir la totalidad del macrosistema sociocultural y ambiental en el cual se opera, y que tomen decisiones que integren, unan, armonicen, acerquen, conecten? Para lograrlo es necesario que ese mismo estado de consciencia, ese lugar interior, desde el cual se pueda funcionar así, debe estar también siendo sujeto de trabajo interior, de cultivo interior para podernos integrar, reunir, armonizar, conectarnos, acercarnos a nosotros mismos, y asumirnos con consciencia, cuidado y responsabilidad y trascender a las cadenas del yo egoico. Esas condiciones ya están en nosotros, nos constituyen pero debemos de iluminarlas para que no sigan siendo nuestros puntos ciegos. Es el poder personal interior que reside en nosotros pero debemos aprender a desbloquearlo para que se haga manifiesto. Es más, en mucho esto no depende de nosotros, de nuestro voluntarismo, ni de nuestros méritos personales y muchas veces ni de nuestros esfuerzos. Más bien eso depende de que nos entreguemos con humildad y confianza a ser transformados por la fuerza del amor que nos habita y que nos constituye natural y esencialmente. Liderazgo, decíamos, es entrega, donación, ofrenda, y servicio de nuestra parte, en lo que nos corresponde a nuestro cultivo interior; debemos aprender a situarnos en un espacio en donde esto ocurra muy naturalmente. Y para ello incursionar en nuevos esquemas, modelos y lenguajes nos ayuda mucho. Para ser los dirigentes y líderes que necesita el siglo 21, ante los fracasos del viejo modelo de formarnos como líderes y dirigentes, debemos, primero, aprender el arte del “vaciamiento” interior a través del silencio, del aquietamiento y la meditación, poniéndonos en manos de la espiritualidad genuina; es el cultivo de nuestro poder interior; y segundo, inspirarnos y formarnos con modelos provenientes de múltiples disciplinas, como por ejemplo la ecología, la biología, la astronomía, la geología, la física, la antropología, la sociología, el arte, la filosofía, la ética, la teología, la psicología social, la lingüística, etc. Como se mencionaba antes, estos enfoques propician que la futura dirigencia cuente con una visión amplia e integral sobre el mundo, facilitando que en forma colegiada y colectiva, no individual, se sopese adecuadamente el alcance y las consecuencias de las decisiones.
Cuando varias disciplinas dialogan entre sí abriendo espacios y enfoques para el diálogo y la síntesis, como por ejemplo el de la biología cultural (desarrollado por Humberto Maturana) y el de las ciencias de la vida que nos ubica en la comprensión de las dinámicas de los fenómenos evolutivos. Tradicionalmente, estos enfoques provenientes de múltiples disciplinas, a lo sumo se incluyen en los estudios de un futuro administrador como asignaturas permitidas como electivas. En esto reside el auténtico sentido de lo que es realmente una visión (una visión compartida), vital para el dirigente del siglo 21.
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